Recuerdos del Ultimo Soldado de la Confederación

imagenes el ultimo soldado batalla de aroma
En el día en que recordamos la Batalla de Aroma. 14 de noviembre de 1810, lo que voy a decirte no es para hacer que cambies de opinión. Eres libre de mantener tu actitud. Eres libre. Pero quiero que estés consciente de la forma en que se nos ha tratado, en parangón con nuestro comportamiento en aquellos Días de Gloria.
Voy a comenzar, como demanda el honor, recordando lo que se hizo antes de las Guerras de la Confederación.
Cuando se firmó el acta de nuestra independencia, nuestro país quedó reducido a escombros: diezmada nuestra población, devastados todos nuestros medios de producción y destruidas todas nuestras vías de comunicación. El año de 1825 estábamos a merced de nuestros vecinos.
Bajo el Gobierno del Presidente Antonio José de Sucre, Gran Mariscal de Ayacucho, reconstruimos el Estado, ya no bajo las formas de la monarquía sino sobre las instituciones de la República. Reencarnó el Ejército de las Provincias de Charcas en el Ejército de Bolivia. Esa fuerza primigenia nos permitió detener a los incursores brasileños que pretendían tomar las tierras Chiquitos,
Moxos y las Misiones del Chaco Boreal, aún antes de que se firme el Acta de Independencia del país.
También la fuerza del Ejército boliviano fue vital para que el Ejército del Norte argentino abandone la provincia de Atacama, luego de ocuparla por órdenes del General argentino Álvarez de Arenales, el año de 1825. Así se estabilizó la situación de nuestro único puerto sobre el Pacífico: Cobija.
Los peruanos se presentaron el año de 1828, al mando del General Agustín Gamarra, y aunque lograron la renuncia del Presidente Antonio José de Sucre, se vieron impotentes para anexar territorio boliviano alguno. Pero, pronto, aumentaría tanto nuestro poder que enviarían misiones pidiendo nuestra ayuda para pacificar al Perú.
Entonces se levantó la generación del Mariscal Andrés de Santa Cruz, que llegó a la Presidencia de Bolivia, el año de 1829.
Sólo una década transcurrió desde el final de la Gran Guerra de Independencia cuando nuestros Cuerpos de Ejército y nuestra diplomacia convirtieron a Bolivia en el árbitro de la política internacional, desde Lima hasta Buenos Aires.
Y muchos ciudadanos de los países vecinos venían hasta nuestro territorio buscando protección de la tiranía y del caos de las guerras civiles. Esa era la confianza que inspiraban nuestras instituciones republicanas. Nuestras leyes e instituciones eran el epítome de la filosofía y de las prácticas republicanas. No había nada igual de avanzado entre los Estados americanos.
Todo esto era grandioso por mérito propio, pero sólo una parte de lo que ganaríamos para Bolivia, en los años ´30 del siglo XIX.
El año de 1835, llamados por el propio Gobierno peruano, cruzamos el río Desaguadero y avanzamos hacia el norte; cuando todas las invasiones, desde la época de los Incas y hasta La Gran Guerra de Independencia, vinieron siempre desde el norte.
Derrotamos al General Agustín Gamarra que, al mando del Ejército peruano del Sur y reforzado con más de 6.000 guerreros indígenas, nos presentó batalla en Yanacocha. Gamarra debió partir el exilio luego de su fracaso. La victoria en Yanacocha nos hizo dueños del Cuzco, Puno y Moquegua. El resto del Sur del Perú se unió voluntariamente a nuestra campaña. Todos los puertos del sur peruano se abrieron al comercio boliviano.
Luchamos y vencimos en Ninabamba, contra las fuerzas del General Felipe Santiago Salaverry y así forzamos nuestro acceso hacia el norte peruano. Doblegamos la guarnición de la Fortaleza del Callao y Lima, la ciudad de los Reyes, quedó completamente bajo nuestro control.
El General Salaverry, maniobró hacia nuestra retaguardia y se posesionó de Arequipa, pero en la ciudad Blanca vencimos a sus tropas y aunque luego logró sorprendernos en Uchumayo, al poco tiempo le dimos alcance en Socabaya para que nuestras armas se impusieran sobre otro Ejército Peruano.
Nació la Confederación Boliviano Peruana. Al Estado Sur Peruano le fue dado un Presidente boliviano y nuestras leyes rigieron por todo el territorio peruano.
¿Qué conservamos los soldados para nosotros, además de los laureles de la victoria? Nada. Ningún ciudadano puede señalarnos por haber obtenido cosa alguna salvo nuestros salarios y los premios que el Congreso boliviano nos otorgó por nuestros triunfos.
¿Y qué hicimos con aquello que ganamos, de todas formas? Lo enviamos todo a nuestras familias para que pudiesen subsistir, porque los campos, las minas y los talleres que nuestros brazos debían trabajar quedaron vacíos, para que nuestras manos pudiesen empuñar las armas de la Patria.
¿Cuántos veces estuvimos de guardia para que nuestros desvelos dieran tranquilidad a los bolivianos? ¿Quieres hablarme de tus esfuerzos, de tu cansancio y de tus frustraciones? Te escucharé. Pero luego, déjame mostrarte mis cicatrices. de lanzas de los lanceros, sables, balas de los fusiles y fragmentos de galgas. De todas llevo la marca.
Todo por la Gloria de Bolivia, por la victoria de sus armas; pero, sobre todo, por la vida, la seguridad y la felicidad de nuestro pueblo.
Siempre estuvimos listos para acudir al llamado de la Patria. Marchar por las montañas boscosas, los áridos desiertos, los valles profundos y las saladas costas. ¿Cuántos de nosotros murieron,
abrazando la gloria absoluta con sus valerosas acciones? ¿Cuántas victorias se ganaron, dignas de la memoria inmortal?
Y, aún así… ¿Cuántas estatuas existen para honrar a los marciales héroes de Bolivia? Pocas y diminutas para un país del que ha brotado tanto cobre y estaño como para erigir incontables colosos de Rodas.
¿Cuándo dejaron de creer en la Gloria? ¿Por qué ha triunfado la mentira del derrotismo y el victimismo?
Desvalidos se presentan los hijos de quienes expulsamos a los argentinos de Tarija. Los hijos de quienes invadimos Jujuy y la entregamos al Congreso boliviano para su anexión. Los hijos de quienes vencimos en Humahuaca, en Iruya y en el Monte Negro. Los hijos de quienes ocupamos Salta y el Chaco Austral. Los hijos de quienes vencimos, sin necesidad de combatir, a las fuerzas coaligadas de chilenos y peruanos en Paucarpata, a quienes hubiésemos aniquilado de no mediar la compasión de nuestro Presidente. Los hijos de quienes, sin inmutarnos por la caída de la Confederación, volvimos a derrotar a los peruanos en Ingavi y les invadimos nuevamente su territorio.
Esos hijos que se perciben débiles, dándole la espalda a su herencia de Gloria y de Victoria y renunciando a su obligación de llevar nuevamente a Bolivia al sitial de riqueza y de honor que le corresponde.
Si esa actitud les parece digna a los ojos de las naciones del mundo, y honorable ante la mirada sus descendientes, es mejor que nos dejen marchar resignados hacia olvido donde les haremos lugar a ustedes.
Déjennos marchar.
Por E. Jorge Abastoflor Frey

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