Leyenda del tesoro del Choqueyapu
Un anciano vive solo con su perro en lo alto de una montaña, cerca de un pueblo al que baja de vez en cuando para comprar comida y ropa. Es un hombre callado y nadie sabe realmente quién es. Lo único que se cuenta, con mucha envidia, es que es un minero muy afortunado, porque siempre saca pepitas de oro de su bolsillo para pagar lo que compra. La gente del pueblo, celosa de su riqueza, ha intentado muchas veces descubrir dónde guarda su tesoro, pero siempre sin éxito. El hombre es muy cuidadoso, y con su viejo fusil y su perro fiel, asegura que nadie se acerque a su hogar.
Un día, el ermitaño deja de bajar al pueblo. Es su perro quien aparece con una lista de compras y algunas pepitas de oro que su amo le ha enviado. La noticia de que el hombre está muy enfermo se esparce rápido, y todos en el pueblo se apresuran a ir a su casa, con la esperanza de encontrar su tesoro.
En el pueblo, dos adolescentes huérfanos viven con muchas dificultades, después de perder a sus padres. Son muy pobres y tratan de sobrevivir con lo que tienen. Al enterarse de la enfermedad del ermitaño, se acuerdan de sus propios padres, quienes siempre les dieron lo mejor de sí. Los chicos deciden vender lo poco que tienen para comprar un cántaro de leche fresca y llevarlo al viejo hombre.
Cuando los aldeanos llegan a la casa del ermitaño, lo encuentran en cama, muy enfermo, con su perro a su lado. Sin ofrecerle ayuda, entran y destruyen todo buscando el tesoro. Pero no encuentran nada. Después de un rato, se dan cuenta de que el anciano está a punto de morir, habiendo gastado sus últimas pepitas de oro. Furiosos, regresan al pueblo dejando al hombre solo y enfermo. Los huérfanos, que llegan después, encuentran al anciano abandonado, en su cama, en una habitación destruida. Se quedan a su lado y lo cuidan con mucha generosidad. Añadir entradaDespués de unos días, el ermitaño se mejora y, tocado por el amor de los chicos, decide adoptarlos como sus hijos.
El anciano les cuenta su historia: una vida llena de dolor, donde la crueldad, el egoísmo y la codicia de la gente lo hicieron perder todo lo que amaba: a su esposa e hijos. Por eso decidió alejarse a este lugar. Un día, cavando en los cimientos de su casa, encontró una gran sala secreta llena de un inmenso tesoro de pepitas de oro. Este oro provenía del río Choqueyapu, en la antigua civilización de Tiwanaku.
Pocos días después, el ermitaño envía a los chicos al pueblo a comprar comida y ropa. Los aldeanos se sorprenden mucho cuando los chicos, que siempre han sido muy pobres, sacan de sus bolsillos grandes pepitas de oro para pagar sus compras. Saben entonces que el tesoro existe y deciden regresar al lugar del ermitaño para obligarlo a revelar su secreto.
Cuando llegan, el anciano les muestra el lugar donde está el tesoro. Los aldeanos, llenos de codicia, entran en la sala secreta. Al ver tanto oro, comienzan a pelearse entre ellos por las pepitas de oro. Ante este espectáculo tan triste, el ermitaño cierra la puerta de la sala y, antes de irse, se lleva algunas pepitas para vivir tranquilamente con sus nuevos hijos. Luego, destruye las paredes de su casa, que caen y sepultan a los aldeanos en su propia tumba de oro.
Finalmente, el ermitaño, los chicos y su perro se van de la región, dejando atrás el secreto del tesoro del Choqueyapu.
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